
“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes tuvo compasión de ellas porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”Mateo 9:35-36
Dice la Palabra de Dios que cuando Jesús vio a las multitudes Él tuvo compasión.
Cuando hablamos y vemos a ciertas personas, a veces prejuzgamos, y decimos: - este nunca va a venir a la iglesia, a este no lo arregla ni Dios o este es un torcido de nacimiento, este va a tener la cosecha que se merece -. ¿No es verdad? Pero nosotros no tenemos que mirar así, porque Jesús vio a la multitud y tuvo compasión. “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.”Mateo 9:36.
Era más poderoso lo que había dentro de él que todo lo que podía haber en la gente. Y no juzgó a la gente por lo que se veía, porque si uno juzgaría por lo que se ve, Jesús hubiera dicho: - me vuelvo al Cielo porque esto está todo arruinado - ¿Verdad? Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Y ese ministerio de reconciliación, ahora lo entregó a cada hijo de Dios, para que le demos continuidad al ministerio de Jesús sobre la tierra, buscando y salvando lo que está perdido.Cuando Él los vio que estaban como ovejas sin pastor; desesperados, perdidos, vio la oportunidad de traer La Palabra de salvación.
Nosotros al ver a la gente, tenemos que sacarnos la mentalidad religiosa, tenemos que remover de nuestra vida la incredulidad y tenemos que ver en cada persona un tesoro, aunque esté perdido, arruinado, desamparado, alcoholizado, drogado, o en la cárcel, tenemos que ver un tesoro de Dios. ¿Sabe por qué? porque Dios le da tanto valor y tanta importancia a cada persona que Jesús vino para morir por ellos. Y ahora quiere que nosotros también le demos ese valor. ¿Y cómo lo podemos hacer? Simple, a medida que apreciamos el valor que Dios nos da a nosotros, empezamos a amar a la gente y a ver en cada persona un hombre de Dios, una mujer de Dios.
Ápóstol Ricardo